Cada miércoles un cuento en El Estafador

domingo, 30 de noviembre de 2008

Qué ratico más bueno hemos pasado


(Sigue del post anterior)

Sí, el viernes estuve de cena. Es algo que sucede de higos a brevas pero que todavía sucede. Sigo siendo un ser social, a pesar de los pesares. La razón fue un poco peculiar. Una cosa en la que milito (forma verbal que en la actualidad quiere decir que me limito a pagar una cuota mensual birriosa) ha vuelto a mutar. De partido político pasó a asociación cultural y ahora a asociación inscrita en no sé qué registro de ONGs. Y para celebrarlo nos fuimos de cena.

Cenamos en un restaurante que todavía no tiene licencia y se esconde en una casa de huerta pintada de azul. Para llegar hay que perderse por los carriles de huerta de Murcia. Indescriptibles. Pensé en preguntar a unos hombretones que se calentaban alrededor de unos bidones en los que habían hecho hogueras. Pero estrenaba una rebeca de punto superajustada y temí que me apaleran. Así que seguí perdiéndome hasta que llegué al sitio. Como no había cartel alguno en la casa pensé que habíamos recuperado los tiempos clandestinos, esos tan románticos que yo nunca conocí.

Cenamos muy bien y pasamos un rato muy agradable.

Llegué a casa a las dos, una hora que para mí es de ultranoche. ¿Y qué hice nada más llegar? Pues sí: un biberón. En cuanto pude me metí en la cama. Darío estaba medio espabilado después del bibe y renegaba en la cuna. Mercedes, entre el sueño y la vigilia, hacía soniditos extraños para intentar calmarlo. Después de un buen rato de escuchar esas extrañas onomatopeyas, le dije medio en serio medio en broma: Deja de hacer ruidos. Y, entonces, nos dio un ataque de risa formidable. Estuvimos riéndonos como locos sin importarnos despertar a los hijos. Las veces que nos pasa algo así, cuando conseguimos recuperar la calma, nos enjugamos las lágrimas y decimos: Qué ratico más bueno hemos pasado.

El misterioso código 1000


El viernes por la tarde fuimos a Ikea a comprar el árbol de navidad y sus correspondientes adornos. Es lo que tiene la convivencia basada en el consenso y la democracia: tus ideas se ven arrinconadas y las de los seres pequeños que viven contigo se imponen. Juan quería árbol y ya tiene árbol. Cuando vamos a Ikea aprovechamos para merendar y quedar con unos amigos, también muy de Ikea, y con hijos de edades parecidas a las de los nuestros. Metemos a Juan y a su amigo al parque de bolas y disfrutamos de una hora de semitranquilidad. En este caso semi es un prefijo completamente exacto: la tranquilidad es la mitad porque un hijo se queda dentro y el otro fuera con nosotros.

Pero todo esto es irrelevante, lo que importa es lo que sigue. Estábamos merendando, yo daba buena y culpable cuenta de una tarta de almendra, cuando por los altavoces se escuchó la siguiente advertencia: Atención a todos los trabajadores y trabajadoras de Ikea, se les advierte de que ha sido activado el código 1000. La cosa sonó seria. Al poco tiempo, un pequeño ejército de jóvenes posmodernos vestidos en azul y amarillo empezó a moverse rápidamente de un sitio a otro. Hicimos algún chiste sobre el tema y, a duras penas, mantuvimos la calma. Yo no dejaba de pensar en la voz fría y femenina de la Nostrosmo que, después de que la teniente Ripley activara la secuencia de autodestucción, llevaba la terrible cuenta atrás: Quedan sesenta segundos para la explosión.




Antes de que mis nervios se desmadraran, volvió a sonar el altavoz: Atención a todos los trabajadores y trabajadoras de Ikea, se les advierte de que ha sido anulado el código 1000. Uf, respiré aliviado, no sé de qué pero nos libramos por los pelos.

Mis visitas a Ikea darían para una serie más larga que "En el dentista" pero, no sé por qué, no suelo sacarle mucho provecho. Será algún resto de remordimiento revolucionario por ir tanto a una transnacional tan malísima como la susodicha. Y hablando del dentista, la otra noche estuve de cena y hablamos de implantes. Un amigo superfumador me dijo que la cosa es no fumar mientras se está con el implante. Yo me fumaba los porros por la nariz, me dijo. Brrrr. Me hizo sentir como un ser débil y enfermizo incapaz de imponerse a una miniadicción como la mía. Me he propuesto no volver a fumar hasta que acabe el rollo este del implante. A ver qué pasa.


Rankin de películas más vistas en mi vida: Peter Pan, El libro de la selva, Esta casa es una ruina, La tentación vive arriba, Aliens y Matrix.

miércoles, 26 de noviembre de 2008

Objetos animados


Hace un frío polar. Llueve en la ciudad. Nieva en Sierra Espuña. Un buen día.

Hay objetos que tienen la capacidad de desplazarse en el espacio. Tal virtud les hace especialmente propensos a cambiar de sitio y a ir de mano en mano. En el Top 3 se encuentran los bolis, los mecheros y los paraguas. En los últimos meses he usado varios paraguas, que he ido perdiendo, y ninguno era mío. Esta noche, cuando he ido a salir del trabajo, llovía bastante. No llevaba paraguas pero me he acordado que en la sala de dentro había uno colgado desde hacía días sin que nadie lo reclamara. No es la primera vez que algo así me ha librado de mojarme.

Centena


Acabo de hacer cien abdominales seguidos. Récord personal. ¡Aznar, tiembla!

Las invasiones bárbaras


Cuando nos quedamos embarazados (me encanta este plural) de Juan se hizo necesario cambiar de casa. Vivíamos en un coquetísimo apartamento del centro de Murcia de un solo dormitorio. El piso era un encanto pero para tres se quedaba pequeño. Así que empezamos a buscar. Nos daba igual comprar que alquilar (llevábamos seis años de alquiler). Eran otros tiempos y descubrimos que salía igual, o más barata, una letra de hipoteca que un alquiler. Coincidió que unos primos de mi madre vendían la casa de su madre en Espinardo. No os vayáis a Espinardo, nos previno mi hermana Marina. No le hicimos caso. ¿Queréis comprar esa casa? preguntó mi suegra. Sí, le respondimos. La casa era vieja y necesitaba obras. Bueno, más bien necesitaba ser derrumbada y construida de nuevo pero el presupuesto no daba tanto de sí. Me he quejado mucho de Espinardo pero la casa me encanta. Tiene un patio estupendo y un estudio que es una pasada. El estudio sí lo hicimos nuevo reformando lo que en tiempos fue una cuadra.


El estudio es la habitación más grande de la casa y lo llené de estanterías blancas metálicas, las mismas que hay en la biblioteca del Campus de la Merced, y coloqué dos mesas bien grandes para poder llenarlas de papeles y enredos. Por fin pude poner en orden todos mis libros y mis tebeos, hartos de estar guardados en bolsas y cajas. Desde entonces mido mis posesiones literarias en metros lineales. Tengo tantos metros de tebeos, tantos de novela, tantos de ensayo... A veces me quedo embelesado mirando las estanterías y siento cierta felicidad.

El estudio también iba a ser mi refugio. El lugar en el que encerrarme a leer, escribir y escuchar música. Lo llené de todas las cosas que me representan: mi póster del Che Guevara, el cuadro de la Condesa de Vilches, corchos con fotos y entradas de conciertos... hasta pinté una pared con pintura de pizarra para apuntar las ideas que se me fueran ocurriendo.

Pero no caí en ponerle una puerta blindada con siete candados, ni un foso con cocodrilos y pirañas. Es más, ni siquiera caí en poner una puerta. Encima soy de los que piensan que los niños deben estar por donde quieran, tocarlo todo y disfrutar de los libros y los tebeos. Con lo que no contaba es con la capacidad metastásica de los hijos de uno. El resultado final de lo anterior es que mi estudio es ahora su estudio. Aquí va la prueba:



lunes, 24 de noviembre de 2008

Mi bufanda


El viernes, aprovechando que mis suegros estaban en casa y que Darío y Mercedes se echaban la siesta, me escapé a un centro comercial a comprarme una bufanda.

Correteé de tienda en tienda, tenía una hora, buscando alguna que me gustara. Las prisas son malas consejeras y a mí me ofuscan especialmente. Me decidí por una negra. El negro es muy socorrido. Pero me apetecía arriesgarme y seguí buscando. Al final me hice también con una de cuadros blancos y ocres muy bonita. El ocre era de un tono especial que no reconocí, pero al parecer mi subconsciente sí. El subconsiente me lo imagino siempre como una especie de Rey Sombra, uno de los malos de La Patrulla X, esperando en algún rincón de la cabeza para hacerte una trastada.

El domingo, el Ayuntamiento de Murcia celebró el Día de los derechos del niño y la niña con una fiesta en el Parque de la seda. En otra época hubiera clamado contra mí mismo por participar en un acto así. Ahora no me complico la vida y me llevo a un puñado de las niñas con las que trabajamos en Los Rosales para que disfruten. Fueron las del Taller de baile a bailar y a triunfar y las del Grupo Joven II a pasearse. 23 en total.

También vino mi compañera y amiga, a pesar de lo que va a suceder a continuación, Ana. Me puse mi bufanda bicolor para ir bien guapo. Cuando Ana me vio con ella preguntó: ¿Esa bufanda la regalan en la Fnac? Entonces me miré y me vi convertido en un hombre anuncio de la tienda más cool del mundo. Joder, la bufanda tenía los colores corporativos de la Fnac. Solo me faltaba el chaleco lleno de chapitas. Maldito Rey Sombra.

Ana me regaló otro momentazo. Han cambiado a la jefa del Centro de Servicios Sociales Murcia Sur, del que dependemos nosotros. Se llama E. Ana estaba hablando con una mujer y al acercarme, me dijo: Mira, Fede, nuestra nueva jefa. La saludé muy amablemente y ella me preguntó cómo iban las cosas por el barrio. Me puse a contárselo todo con pelos y señales. Al cabo de un buen rato nos preguntó que qué tal con E. y que si nos habíamos reunido ya con ella. Desconcierto. Ana y yo nos miramos sin entender lo que estaba pasando y no pude evitar preguntarle a la mujer con la que estaba hablando: ¿Que si nos hemos reunido con E.? ¿Entonces tú quién eres? Resultó ser la jefa del Centro de Servicios Sociales Murcia Norte. Por suerte era una tía simpática y nos pudimos reír de la confusión.

Y ahora para acabar, voy a poner un vídeo musical que hace mucho que no pongo uno. En mi más o menos habitual sesión de planchado dominical, estuve viendo mi DVD de Pulp. ¿Os he dicho ya que de mayor quiero ser como Jarvis Cocker? Creo que sí. Aquí va la canción "Party Hard", de Pulp:


jueves, 20 de noviembre de 2008

Problemas (y situaciones) inesperados (y /as)


Ayer me acordé de un empeño peculiar que mi madre exhibió durante años. ¿Te has puesto calzoncillos limpios? Mira que luego tienes un accidente y te tienen que llevar al hospital y no quiero que te vean con los calzoncillos sucios. El que suciera o no un accidente lo dejaba en manos del azar, el orgullo familiar era cosa suya. Yo la tomaba por loca y pensaba que era cosa de madres. Y de hecho es cosa de madres y de esa conciencia colectiva que todas ellas tienen. Una mujer normal y corriente da a luz y en su interior se produce una tremenda transformación: deja de saber programar el vídeo, empieza a decir a todo que no, te limpia la comisura de los labios con sus dedos mojados en saliva y no desaprovecha la ocasión de decir fases célebres del tipo: ¿Te has creído que esto es un hotel al que se viene solo a comer y dormir?.

Ayer no sufrí un accidente ni tuve que ir al hospital pero viví una de esas situaciones inesperadas en las que haces un poco el ridículo por no haber contado con una visita al centro de salud.

Ya conté que desde que corro tengo toda una serie de problemas físicos. Al principio me dolía la cabeza y me picaba toda la piel. Luego me fui acostumbrando al esfuerzo y las molestias se redujeron a los tobillos. Ahora el que me duele siempre es el derecho. Se puede deber a varios esguinces mal curados. Al común de los mortales, tal es mi caso, los esguinces nunca se les curan bien. Hay que ser un deportista de elite para que eso suceda. Consulté el asunto con un primo fisioterapeuta que tengo y me dio una serie de recomendaciones. Tengo que hacer un calentamiento especial, que incluye unos estiramientos que parecen un elegante paso de ballet, y aplicarme frío en el tobillo después de correr. Aplicarse frío en el tobillo no es tan fácil como se creen los fisioterapeutas. Mercedes me dio la solución: Ponte una bolsa de guisantes congelados. Como no tenía guisantes, probé con una bolsa de habas finas Hacendado. Pero muy finas no eran. Así que lo intenté con una bolsa de habas baby y la cosa resultó.

Cuando ya tenía medio controlado lo del tobillo, surgió un nuevo problema. Los pezones se me irritaban entre el sudor y el roce con la camiseta de running. Se me ponían fatal y tuve que buscar una solución casera. Ahora, antes de correr, me pongo en cada pezón un trozo de un esparadrapo especial que no duele mucho al quitarlo. Con ellos puestos tengo un aspecto ridículo pero me evitan el escozor. Ande yo caliente...

El domingo, el último día que corrí, se me olvidó quitármelos. Bah, ¿quién me va a ver? Mercedes, pero ella ya está curada de espanto, aunque se ríe de mí cada vez que me ve de esa guisa. Con lo que no contaba era con la recomendación de la pediatra de los chiquillos de que deberíamos vacunarnos todos de la gripe.

Ayer fuimos los tres hombres de la casa a vacunarnos. El primero fue Darío. Lloró todo lo que se esperaba de él. Luego me tocó a mí que debía demostrar ser el mayor y no verter ni una sola lágrima. Como me tenían que pinchar en el brazo me quité la camiseta de manga larga a medias. Y allí estaba yo, ofreciendo mi brazo a la enfermera, con mis dos hijos llorando como descosidos y con los pezones tapados con dos trozos de esparadrapo. Todo un papelón. Si ya lo decía mi madre.

lunes, 17 de noviembre de 2008

El cumpleaños de Juan (y II)


Mi tía Maruja tiene una frase para estos casos: La última vez. Esta frase quiere decir: ya no me acordaba del lío que supone hacer algo así, no vuelvo a repetirlo en la vida hasta que llegue la siguiente ocasión en la que volveré a caer, seguro.

Salió todo a pedir de boca y Juan se lo pasó en grande. El sábado nos despertó clamando por sus regalos. Me lo encontré por la casa, vagando con los ojos semiabiertos y pidiendo lo suyo. El resto del día hasta las cinco de la tarde, cuando empezaba la fiesta, no dejó de preguntar que cuándo llegaban los invitados. Hijo mío, le decía, pareces un pequeño Lord.

Las tareas de limpieza se eternizaron y eso que limpiar la casa antes de una fiesta parece algo absurdo: después se queda tan sucia que debes volver a limpiarla, más a fondo si cabe. Pero ¿cómo recibes a los invitados con la casa sucia? Lo dejamos todo impecable, hasta compramos flores nuevas para las ventanas de la fachada y para el patio.

Mercedes se encargó de la comida y yo del resto de labores. Hicimos tanta comida que vamos a estar toda la semana comiendo sobras. Los hijos no comen nada y los padres, con eso de que ni era merienda ni era cena, tampoco comieron mucho. El menú infantil fue todo un clásico: sandwiches de Nocilla, gusanitos naranjas, Fanta y tarta de galletas. (La mayoría de los sandwiches están ahora bien guardaditos en el congelador.) La tarta, impresionante, la hizo mi madre. Por la noche, cuando todo había acabado, me permití un capricho y la probé. Me la puse delante entera y usé el truco idiota de ir cortando trozos pequeños para hacerme creer que comía poco. Al final engullí más dulce que en los últimos tres meses, pero el día se lo merecía.

Juntar a doce niños y niñas de cuatro y cinco años en una casa es algo que todos deberíamos probar en algún momento de nuestras vidas. Son un ciclón en perpetuo movimiento que arrasan todo a su paso. Conseguimos ir guardando los juguetes nuevos, pero los viejos fueron desmontados pieza a pieza y esparcidos a lo largo de toda la casa, especialmente debajo de camas y sofás. En algún momento, un padre sugirió ponerles una peli para tenerlos calmados un rato. Aguantaron sentados el tiempo de los títulos de crédito, después la peli siguió sin ellos, que tenían juguetes que desmontar y juegos hiperveloces que llevar a cabo. No hubo ningún daño irreparable, eso sí.

Los juguetes ponen a prueba a un padre delante de su hijo. No solo hay que montarlos, además debes hacer que funcionen. Nosotros le regalamos una especie de Scalectrix con coches de la peli Cars y en qué me vi para que aquello funcionara. De no haberlo hecho, el mito del padre habría caído ante Juan. Un amigo de una de mis hermanas, le regaló el Jolly Roger, el barco del capitán Garfio, en versión Disney, y me pasé tres horas del domingo montándolo. Tres horas. También le regalaron un coche teledirigido y la antena del mando se perdió en la vorágine de cajas y papeles de regalo. Tuve que buscar una antena de otro coche, desmontar el mando, y ponerle la antena nueva. Para que quedara bien tuve que improvisar en casa un pequeño taller de tornero fresador. De momento, Juan sigue pensando que su padre lo arregla todo. A ver lo que dura.

Lo que pasó con la piñata me lo reservo para un post que quiero escribir titulado como la novela de Golding "El seño de las moscas", en el que hablaré sobre la bondad o maldad innata del ser humano.

Fue un gran día. Nos lo pasamos todos muy bien. Por cierto, a Darío lo que más le gustó fue el momento de inflar los globos.

Hoy lunes, al llegar al cole, me ha preguntado ¿Todavía tengo cuatro años? ¿Qué pasará por sus pequeñas cabezas?

jueves, 13 de noviembre de 2008

Cumpleaños de Juan (I)

La polémica de las chuches

Me siento algo recalcitrante empezando así el párrafo pero debo decir que de toda la vida se han repartido chuches en el cole para celebrar el cumpleaños. Antes llevabas una bolsa y le dabas un caramelo a cada criatura que habitaba la clase contigo. Después eso quedaba muy roñoso y se llevaba una bolsita arreglada con nubes, piruletas, gusanitos y otras golosinas. Pero, ahora no. Ahora hay que llevar un almuerzo saludable. A mí me suena a integrismo nutricional, qué queréis que os diga, pero es lo que se estila. En el colmo de lo raro, el curso pasado, uno de los niños fue con regalos para el resto de la clase. Yo me he negado a llevar un bizcocho casero y zumos de fruta sobrevitaminados. Es una celebración y hay que llevar caprichos, sean sanos o insanos.

En un golpe de originalidad sin precedentes y después de darle muchas vueltas al asunto con Juan nos hemos decidido por llevar huevos Kinder para todo el mundo. Alguna madre habrá que se tome a mal que se le dé chocolate a su crío pero qué le vamos a hacer.

La lista interminable

Este es el primer cumpleaños de Juan verdaderamente suyo. El primero lo celebramos en familia, el segundo dos veces: primero en familia y luego con nuestros amigos (los de Mercedes y míos), el tercero con nuestros amigos (algunos con hijos que ya son amigos de Juan) y este cuarto lo celebra Juan con quien él ha querido. La lista de invitados la ha hecho él con mi inestimable labor de censor.

Mi labor de censura no ha sido cualitativa sino cuantitativa. Juan quería invitar a toda su clase, que sumada a los amigos y amigas de fuera y a las madres acompañantes daba un número de gente incapaz de meterse en casa (no lo he dicho pero lo celebramos en casa, nada de chiquipark). Así que he estado desde que empezó el curso negociando duramente con él quién venía y quién no.

Anoche, escribiendo las invitaciones, fue el momento de la decisión final. Ya tenía la situación controlada y estabilizado el número de invitaciones en catorce, cuando Mercedes, vaya usted a saber por qué, no se le ocurrió otra cosa que decir que cada invitación supondría un regalo más. Lo más llamativo es que ella ya estaba escandalizada porque fuéramos por catorce invitaciones. No me ayudes, le dije, que ya puedo yo solo. Ni que decir tiene que Juan echó mano a la pila de invitaciones y empezó a preguntar: fede, ¿cómo se pone tal nombre? ¿y tal otro? Tuve que volver a negociar y nos dieron las tantas hasta que cerramos la lista de invitados. La cosa se apañó porque llegamos al acuerdo de que los no invitados a este cumpleaños lo serían al siguiente, de hecho ya está redactando las tarjetas de invitación para su quinto aniversario.

Eso sí, esta mañana estaba de lo más feliz repartiendo las invitaciones en la fila del cole.

PD: Como nuestra casa está en el culo del mundo de ese culo del mundo que es Espinardo, he tenido que incluir en la invitación un mapa para saber cómo llegar. Lo he hecho con Google Earth y me ha quedado de lo más chulo.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Absurdo

Han convocado un concurso oposición para una bolsa de trabajo. Dentro de poco sacarán concursos oposiciones para apuntarse en el paro. Tengo cierta manía a todo lo que suene a oposición y funcionariado. Me parece que es una forma vaga y poco creativa de buscarse la vida. Me saco unas oposiciones y ahí me las den todas. Mejorando lo presente, que es una expresión que se usa en mi pueblo y viene a decir algo así como que los funcionarios y las funcionarias que lean este blog no deben sentirse aludidas porque ellas son bellísimas personas a las que aprecio un montón. Pero no era ese el tema del que quería hablar, así que lo dejaré para otro momento.

Para presentarte al concurso oposición, cosa que yo no quería hacer pero que he terminado haciendo por culpa de la presión social, debías entregar los méritos. Papeleo. Los pelos se me ponen como escarpias, un escalofrío me recorre la espina dorsal y ni doblando la medicación puede contener los ataques de ira que me hacen odiar a todo el mundo. Fui recogiendo papeles de aquí y de allí y cuando consideré que tenía bastantes, paré. Soy tan desastre que uno muy importante, y que no voy a decir por falsa modestia, estaba entre los panfletos y pósteres que tengo guardados de cualquier manera en el estudio. Por suerte el título de premio fin de carrera no estaba muy estropeado y lo pude presentar.

Entre el puñado de contratos, títulos y certificados encontré el siguiente (atención a lo que soy experto, no tiene desperdicio):


No tiene nada que ver con el motivo del consurso oposición pero decidí presentarlo, más que nada para regalarles a las personas que tengan que valorar los méritos un momento absurdo del que disfrutar. Supongo que se pasarán un buen rato decidiendo si me lo valoran o no.

El curso de identificación electrónica animal estuvo bien. Bellaterra es un campus muy bonico y disfrutar, gratis, de un bufé libre para desayunar es algo de lo más aconsejable. También me sirvió para un cuento pop que subo ya mismo al blog correspondiente.

Durmiendo con nuestro enemigo


Creo que la idea que sigue ya la he expuesto en algún otro post. (El hecho de repetirme creo que indica que el blog empieza a tener cierta enjundia.) Como venganza al proceso de domesticación al que los sometemos, los niños llevan a cabo una guerra biológica contra los adultos consistente en aprovechar cada virus que pasa por su lado para ponerse malos y luego contagiarnos. No consigo recordar ni una sola vez en que yo me haya puesto enfermo y los haya contagiado. Pero cada vez que son ellos los afectados, yo caigo. A veces, la naturaleza es sabia.

Los detractores del colecho usan un argumento que es a todas luces falso. Dicen que al estar los niños pegados a los padres en la cama, reciben su aliento y eso es malísimo porque, entre otras cosas, pueden pillar las enfermedades que ellos tengan. Me río yo. Pero si es al revés, insensatos. El jueves, Darío estaba enfermo, un catarrillo de nada. Cuando se despierta por las noches, varias veces, nos lo echamos a la cama. ¿Y qué pasó? Pues que el sábado Mercedes estaba mala y al día siguiente yo.

Por si fuera poco, el domingo tuvimos uno de esos momentos familiares entrañables. Mientras yo, envuelto en mi manta de rayas, sufría los temblores de la muerte con la subida de fiebre, Mercedes gritó. Mercedes es muy de gritar pero aquello fue más bien un alarido. Salté del sillón y fui corriendo a ver qué pasaba. Llegué justo a tiempo de ver cómo caía sobre la alfombra de la habitación de Juan, Darío con ella. Tenía las manos en la cabeza y sangraba a chorro. Se había dado un golpe tremendo en la cabeza contra una estantería. La sangre es muy escandalosa y más si sale de la cabeza. Pero Juan y yo nos portamos como unos valientes y solucionamos el problema. Se había hecho mucho daño pero la herida era pequeña.

Cuando pasó todo y Juan y Mercedes estaban en la cama, este le preguntó con esa voz que pone de recreo de escuela pública y una mueca a lo Stallone: Mamá, ¿puedo contarle a mis amigos que te has dado un golpe en tó la cabeza y que te salía un montonazo de sangre?

viernes, 7 de noviembre de 2008

Yo antes no era así


Hasta hace no mucho tiempo podía decir que tenía una buena memoria y una manía por la seguridad. Por ejemplo, en la universidad leía las convocatorias de exámenes. No olvidaba el día ni la hora pero lo comprobaba varias veces antes de la prueba. Tengo un recuerdo difuso que no sé si es cierto o es una simple mini-leyenda que ha fabricado mi imaginación. Una vez, de forma completamente irregular, adelantaron la fecha de un examen y yo fui de los pocos que se entero gracias a mi manía de comprobarlo todo una y mil veces.

Pero las cosas ya no son así. Me olvido de casi todo, sea muy o poco importante, y mi manía se ha relajado hasta tal punto que raramente compruebo algo. Sin ir más lejos, esta noche íbamos a ir al concierto de Clovis. Ya lo tenía todo apañado y anoche me metí en la página web donde anunciaban el concierto para ver si había novedad. Para mi disgusto descubrí que el concierto fue ayer. No habían cambiado la fecha, es que yo recordaba mal el día. Eso antes no me hubiera pasado.

La única forma que me va quedando de no olvidar las cosas es apuntarme el asunto en la mano. Lo que pasa es que me pongo un par de letras a modo de mensaje cifrado y no siempre recuerdo lo que querían decir. Sé que debo acordarme de algo pero no de qué. Esta semana había quedado en llevarle a uno de los chiquillos de mi trabajo el Need For Speed de la PS2. Para que no se me olvidara me escribí en la mano NFS. Y luego me las vi y me las deseé para recordar qué diantres querían significar aquellas tres letras.

Envejezco.

Las ventajas de mi lado femenino



De vez en cuando alguien me dice que tengo un acusado lado femenino. Lo he escuchado tantas veces que, sin llegar a entender lo que quiere decir y sin comprobar que realmente sea cierto, lo he asumido. Igual que asumo el increíble color miel de mis ojos o la carnosidad de mis labios voluptuosos (un amigo solía decir que el mejor beso que le habían dado nunca se lo había dado yo). Y tras estos momentos de autopublicidad sigue la narración.

Leo en varios periódicos (qué bien queda esto, quien no lea a menudo este blog dirá: Vaya una birria de ama de casa que se pasa las mañanas leyendo la prensa) que el tabaco daña más a los hombres que a las mujeres. Resulta que estas últimas fuman más "por recompensa positiva; es decir, por el placer de disfrutar el cigarrillo". Me alegra saberlo, ahora sé que, gracias a mi lado femenino, un cigar me perjudica la mitad que a un hombre vulgar.

(La de la foto es Patricia Highsmith)

jueves, 6 de noviembre de 2008

Mi momento Calvin & Hobbes


La hora más estresante del día, y mira que hay de esas, es de ocho a nueve de la mañana. Ponernos en marcha es difícil. Intento tomármelo con tiempo pero siempre acabo corriendo de un lado para otro como un loco. Juan nos ha salido dormilón (tiene varias herencias genéticas por parte de madre y padre que así se lo ordenan) y sacarlo de la cama es complicado. Hay que arrancarlo de las sábanas a empujones. Y a la que me descuido se lanza al sofá del salón y se vuelve a dormir. Al mismo tiempo que tengo que vestirlo, hacer que se tome el desayuno, lavarse los dientes, etcétera tengo que encargarme de Darío. Un follón, para qué dar más detalles.

La semana pasada tuve un momento que me recordó a una tira de Calvin & Hobbes. Iba a escanearla y ponerla aquí pero me da miedo que al forzar el tebeo en el escáner se me descuajeringue (hermosa palabra, pero me ha costado consultar varios diccionarios escribirla bien). Así que voy a describirla.

Primera viñeta: Calvin, brazos en jarra, grita: ¿DÓNDE ESTÁ MI CAZADORA?

Segunda viñeta: Calvin mira debajo de la cama con cara de pocos amigos y dice: ¡He mirado por todas partes! Debajo de la cama, en la silla...

Tercera viñeta: Calvin pierde los nervios, levanta los brazos y sigue: ...En las escaleras, en la cocina, en el salón... ¡No está en ningún lado!

Cuarta y última viñeta: Se ve el armario abierto y Calvin mira hacia atrás, como dirigiéndose a su madre, y con expresión de enfado grita: ¡Vaya, AQUÍ está! ¡¿¡Quién la puso en este estúpido armario!?!

Pues algo así pero con los zapatos de Juan. Los busqué por todas partes, tratándose de Juan podrían estar en el lugar más insospechado. Busqué debajo de todas las camas y sofás, detrás del váter, dentro de la bañera, en las macetas del patio, en las cajas de vinilo del estudio, encima de los armarios de la cocina, debajo del montón de juguetes desordenados de la habitación de Juan... y nada. Cuando empezaba a perder los nervios, se me ocurrió, en un momento de lucidez, buscar en el cajón de los zapatos y ahí estaban. Creo que la cita me vino a la cabeza de forma espontánea y grité: ¡¿¡Quién los puso en este estúpido cajón!?!

martes, 4 de noviembre de 2008

Familia política


Cada vez que nuestros hijos hacen algo que no nos gusta encontramos la manera de echarle la culpa a la familia política. Si Darío grita máh, máh como un poseso a la par que los ojos se le salen de sus órbitas haciendo chiribitas cuando ve una piruleta o una bolsa de gusanitos, Mercedes dice: Eso es que tus hermanas ya le han dado gusanitos. Si Juan dice que se ha enfadado y que piensa abandonar la casa, yo digo: Eso es que tus padres le han puesto a ver Gran Hermano.

Son acusaciones sin mayor fundamento y nos sirven más que nada para cachondearnos. Claro que, a veces, nos sirven también para pelearnos. Pero es en esas ocasiones en las que uno se pelearía por cualquier cosa. Esa nube tiene forma de cafetera, dice ella. ¿De cafetera?, estás loca, respondo yo, está claro que esa nube tiene forma de tetera. ¿Ah, sí? pues tú has sido siempre tal y cual. Pues tú no cambias, no pones de tu parte y estoy harto de etcétera.

Sea por casualidad o por influencia catódica, Juan lleva varios días amenazando con abandonar la casa cada vez que se enfada. El domingo se peleó con Mercedes, hizo la maleta y dijo que abandonaba la casa. En la mochila echó varias cosas, incluidos un vaso y un plato. Cogió también su bebé (una muñeca pintarrajeada), su almohada y su tienda de campaña de juguete. No hubo forma de convencerle para que se quedara. Salió a la acera (nuestra casa es una planta baja que da a la calle), montó la tienda y allí se metió con todas sus cosas. Al principio me quedé con él, como invitado, eso sí. Después, con la excusa de cenar, me metí en la casa y le espié desde la ventana. Pensé que se rajaría y pediría volver. Pero no. Se quedó allí, solito. Al poco tiempo le escuché llorar. No pude soportarlo más y salí a la calle. Juan, le dije, vuelve a casa, te queremos y queremos que estés con nosotros. Vale, fede, me dijo, pero luego me voy de casa otra vez. Está bien, hijo, lo que tú quieras, pero ahora pasa dentro que es de noche y hace frío.

lunes, 3 de noviembre de 2008

Provincianismo


Somos unos provincianos. Vosotras también, no creáis que os libráis porque por una vez me haya dado por usar el masculino genérico. Sois unas provincianas. Yo, que soy de Murcia, suelo hacer gala de mi provincianismo. Una vez, en el metro de Madrid nos encontramos con Javier Cansado y nos acercamos a él como dos colegialas desquiciadas. Superada la emoción inicial estuvimos haciendo gracia sobre lo de ser murcianos (Mercedes de Albacete, pero provincia al fin y al cabo) y le dijimos que habíamos ido a Madrid solo a hacernos una foto con los leones del Congreso y a comernos un buen bocadillo de calamares. Debo reconocer que al verme rodeado por las luces de neón de una gran cuidad me siento como obnubilado y preso de una admiración envidiosa. Algo así parece pasarle al mundo entero con los USA.

Sí, de acuerdo, nadie va a venir ahora a cuestionar la importancia de las elecciones del martes que viene. El mundo se juega mucho entre el viejuno que lee los discursos de los mítines en pantallas gigantes y el hombretón guapo, apuesto e intelectual, aunque algo distante con el pueblo llano por lo que dicen. Muchas cosas pueden cambiar... o ninguna (apuesto por lo segundo).

Pero de ahí al alud mediático que nos arrolla estos días va un buen trecho. Joder, portadas y portadas de periódicos. Minutos y minutos en los informativos. Y ya lo de la SER clama al cielo, han mandado allí a media plantilla y a la hora que la pongas hablan de lo mismo. Dan ganas de pedir auxilio.

Esto está siendo irritante a más no poder. Nos estamos comportando como verdaderos paletos (y paletas, aunque esto suena a jamón). Lo más chungo de este imperio es que consigue más lacayos a cada hora que pasa. Claro que quizás tengan los años contados y en unas décadas los periodistas de más relumbrón del país se trasladen para cubrir en directo las elecciones en China
.

PD: La foto del principio es del sin par Marcial Ruiz Escribano, personaje de Muchachada Nui.

domingo, 2 de noviembre de 2008

24 Hour Party People

He comprado casi todas las películas que se venden los viernes con Público al módico precio de 0,50 euros. Y no había visto ninguna hasta este fin de semana. Es difícil ver películas en casa. Juan ha monopolizado la tele, así que hay que verlas cuando ya duerme y para entonces no quedan fuerzas para aguantas hora y pico despierto delante de la tele. Pero la peli de esta semana era de lo más atractiva. En "24 Hour Party People" se cuenta la historia de Tony Wilson, un presentador de televisión que después de un concierto de los Sex Pistols tiene una iluminación y funda la discográfica Factory Records. En esa discográfica publicaron grupos como Joy Division, New Order o los Happy Mondays. Qué buena es la canción "Love Will Tear Us Appart" de los Joy Division y qué forma de bailar la de Ian Curtis. Un botón de muestra, la canción es "Shadowplay" y supongo que el que los presenta es el mismísimo Tony Wilson:





El final de la historia es algo desconsolador. Todo se va al garete. Un sueño que se queda en el camino o como dice un amigo mío: Otra mata que no ha echao. Debo reconocer que sufro una atracción enfermiza por las batallas perdidas, quizás por eso me encabezono en ser educador social, militar en causas perdidas y escribir. Me encanta invertir horas de esfuerzo y quintales de ilusión en trabajos baldíos.

La película me recordó una historia de Roberto Bolaño. Voy a tener que contarla de memoria porque le dejé el libro a mi primo Emilio. Bueno, en realidad más que dejárselo me lo intentó robar. Lo tengo castigado a no dejarle nada más hasta que no me devuelva el DK2 de Frank Miller, un cómic denostado por casi todos pero que a mó, fan fatal de Miller, me gustó. Se lo dejé hace años y, después de negar que lo tenía para no reconocer que lo había perdido, lo encontró pero, por alguna razón, se niega a devolvérmelo. Como le dije que no le dejaba el libro de Bolaño intentó quitármelo sin que me enterara. Pero años trabajando en Los Rosales han desarrollado en mí una habilidad especial para saber cuándo me la quieren pegar. Lo pillé llevándoselo y opté por prestárselo, posiblemente de forma indefinida.



En la historia del escritor chileno (en la foto de abajo) se cuenta el empeño especial de un zapatero rico y famoso. El hombre, que de tener una zapatería pequeña pasó a calzar a la jet set europea, decidió construir la Colina de los héroes. Iba a ser un cementerio colosal en el que serían enterrados todas aquellas personas que hubieran tenido una vida heroica. Su sueño le supuso abandonar su empresa de calzado, tuvo que trasladarse a vivir a los pies de la colina y dilapidó toda su fortuna. Al final, como con Factory Records, la cosa se truncó y quedó en un simple recuerdo. Muchos años después, alguien visitó la Colina de los héroes y la única tumba habitada que encontró fue la del zapatero. Todo un héroe.


Admiro profundamente a la gente que se entrega a un sueño, más si cabe si fracasan.